Este post es un resumen narrado de lo que fueron 12 meses de investigación para mi tesis de Maestría en Estudios de Moda en Parsons Paris, que con gusto está disponible para leer; solo escríbannos a modadospuntocero@gmail.com.
Por Meli.
En mis últimos años de bachillerato recuerdo ir a los almacenes de ropa a buscar jeans y armada con una serie de peticiones para las vendedoras: los jeans tenían que ser de un solo color, sin desgastes, sin taches, sin apliques, sin brillo, sin arandelas... pero CON bolsillos.
Yo como que me creía muy conocedora de moda y de gusto muy elevado, porque los jeans con todos esos elementos antes mencionados, pero sin bolsillos, estaban completamente prohibidos en mi clóset, a pesar de que abundaban a mi alrededor. Estaban de moda, todas las mujeres los usaban, eran lo único que se vendía en los almacenes, al punto que buscar jeans “sobrios” y “decentes” (como yo les decía) era casi imposible. Pero seguía pensando que eran de “mal gusto”, de “corronchas” (“guisas” les llamarían en otras partes del país).
Me tomó muchos años darme cuenta de que todas esas ideas estaban arraigadas en lo más profundo de mi propio clasismo, aún antes de que yo supiera qué significaba esa palabra. Y cuando llegó la hora de escoger un tema para dedicarle un año entero de investigación, encontré en esos jeans sinbol (sin-bolsillos) un fenómeno asombroso que dice mucho de Colombia como nación.
Las percepciones sobre ellos ya las tenía claras:
1. Había una relación entre este tipo de jeans y las mujeres “mostronas”.
2. Los sinbol habían sido (y siguen siendo) tremendamente populares en todo el país.
3. La gente que decía “saber de moda” los rechazaba por completo.
4. Eran (y siguen siendo) un producto de exportación exitosísimo de nuestra industria textil.
Entonces el siguiente paso era tratar de descifrar esas percepciones, que se volvieron realidades, y encontrar qué había detrás de ellas. En resumidas, el proceso de preguntar-investigar-responder fue algo así:
¿De dónde salió la relación entre los jeans
sin bolsillos y las mujeres que giraban alrededor de los hombres vinculados al
negocio del narcotráfico? La respuesta era la narcoestética: una estética del
exceso, la opulencia y la constante demostración del poder adquisitivo mediante
todos los medios necesarios de este grupo de la sociedad colombiana que tanto
poder tuvo a partir de los años 80. Desde mansiones construidas en los mármoles
más finos, los carros importados más costosos, la ropa de marca más cara y los
cuerpos de las mujeres más esculturales. La narcoestética permeaba todo eso que
tocaban, compraban y mostraban.
¿Cómo entender la popularidad tan enorme de ese tipo de jeans en el mainstream? Analizando su constante presencia en medios de todo tipo (libros de no ficción, novelas y telenovelas), sus cualidades estéticas que resultaron del agrado del público y la obsesión nacional por todo lo que tuviera que ver con lo narco como un mundo igualmente asombroso y aterrador, pero cada vez más cercano a la cotidianidad de millones de colombianos. Y, sobre todo, examinando procesos de comodificación (mercantilización) de los objetos simbólicos de las subculturas. ¿En otras palabras? El mundo de los narcos funcionaba como una subcultura: con sus propios códigos, leyes, maneras de vivir, interactuar y por supuesto, de vestir. La cultura dominante históricamente toma de esas subculturas lo que quiere, lo que le place y lo que puede re-empacar y vender eliminando el contexto y significado original de esos elementos. En este caso, en Colombia, esos elementos fueron unos jeans (y toda una estética).
¿Por qué el constante rechazo de un grupo de conocedores de moda? Precisamente por venir de una subcultura, pues estas en su esencia van en contra de ciertas reglas y formas de vida esenciales de la cultura dominante (o “clase alta”). Todo lo que vaya en contra de los códigos tradicionales del “buen gusto” ejercido y perpetuado por esa cultura dominante va a ser rechazado por aquellos en el poder. Entonces no es una cuestión de “es que esos jeans hacen apología a lo narco”; es que “esos jeans van en contra de los códigos del buen gusto que nosotros decretamos”.
¿Cómo es que se vuelven un producto de exportación por excelencia? ¡Es que nos volvimos muy buenos haciéndolos! Además de toda la dedicación que llevan en cuestiones meramente visuales (como los apliques, taches, desgastes, brillos y demás), la industria textil colombiana perfeccionó su construcción como exaltadores de la figura femenina: aplanan vientre, estilizan piernas y levantan cola. ¿Qué más se le puede pedir a un par de jeans?
Gracias a todo este proceso de mirar con otros ojos los fenómenos y discursos que en mi adolescencia percibí como “normales” y “evidentes” alrededor de esta prenda (y que hoy todavía persisten), pude darme cuenta de que el centro del debate de los jeans sinbol efectivamente no es un tema de apología a lo narco (que sería un argumento válido, por supuesto, si fuera cierto), sino que en realidad responde a la manera en que se oponen a ideas establecidas de “buen gusto” perpetuadas por los grupos más poderosos de la sociedad. Y eso lo hace, en esencia, un tema de clase. Son unos jeans demonizados por la clase alta realmente por sus cualidades estéticas que desafían de frente su “elegancia tradicional y clásica”, pero esto por supuesto no se admite abiertamente porque es más fácil y aceptable echarle la culpa al universo de los narcos con la que esta estética está conectada.
La primera y cuarta pregunta planteada sobre este tema pueden ser respondidas desde otras ramas del saber: los estudios de medios y la economía, tal vez. Pero siempre sentí que las dos preguntas de la mitad son el tipo de cosas para las que los estudios de moda están hechos. Cómo la moda refleja momentos específicos de nuestra historia, cómo se relaciona con fenómenos sociales, políticos y económicos de nuestros pueblos, cómo nos habla de nuestras creencias más arraigadas, de nuestros propios prejuicios y de la manera en que vemos el mundo.
Este mismo relato, pero con muchas más palabras, citas, notas al pie, normas académicas y en inglés, fue mi tesis (parece poco pero les juro que fue mucho, muchísimo trabajo). Y como no muchos están dispuestos a leerse las casi 90 páginas que salieron (y quién los puede culpar...), espero que este post sirva para recordarnos que hay muchas historias por contar en cuanto a moda colombiana y latinoamericana; que los fenómenos de moda en nuestras propias tierras pueden ser tan asombrosos como en cualquier otra parte del mundo “occidental”; y que si nosotros mismos no investigamos y contamos nuestros propios ires y venires con el vestir, no podemos pretender que otros lo hagan y que lo hagan bien. Y finalmente, espero que esto nos recuerde que esta ropa en la que vivimos nuestra existencia todos los días dice mucho más de lo que creemos sobre cómo construimos nuestra identidad como individuos y como país.
Este post es un resumen narrado de lo que fueron 12 meses de investigación para mi tesis de Maestría en Estudios de Moda en Parsons Paris, que con gusto está disponible para leer; solo escríbannos a modadospuntocero@gmail.com.
Por Meli.
En mis últimos años de bachillerato recuerdo ir a los almacenes de ropa a buscar jeans y armada con una serie de peticiones para las vendedoras: los jeans tenían que ser de un solo color, sin desgastes, sin taches, sin apliques, sin brillo, sin arandelas... pero CON bolsillos.
Yo como que me creía muy conocedora de moda y de gusto muy elevado, porque los jeans con todos esos elementos antes mencionados, pero sin bolsillos, estaban completamente prohibidos en mi clóset, a pesar de que abundaban a mi alrededor. Estaban de moda, todas las mujeres los usaban, eran lo único que se vendía en los almacenes, al punto que buscar jeans “sobrios” y “decentes” (como yo les decía) era casi imposible. Pero seguía pensando que eran de “mal gusto”, de “corronchas” (“guisas” les llamarían en otras partes del país).
Me tomó muchos años darme cuenta de que todas esas ideas estaban arraigadas en lo más profundo de mi propio clasismo, aún antes de que yo supiera qué significaba esa palabra. Y cuando llegó la hora de escoger un tema para dedicarle un año entero de investigación, encontré en esos jeans sinbol (sin-bolsillos) un fenómeno asombroso que dice mucho de Colombia como nación.
Las percepciones sobre ellos ya las tenía claras:
1. Había una relación entre este tipo de jeans y las mujeres “mostronas”.
2. Los sinbol habían sido (y siguen siendo) tremendamente populares en todo el país.
3. La gente que decía “saber de moda” los rechazaba por completo.
4. Eran (y siguen siendo) un producto de exportación exitosísimo de nuestra industria textil.
Entonces el siguiente paso era tratar de descifrar esas percepciones, que se volvieron realidades, y encontrar qué había detrás de ellas. En resumidas, el proceso de preguntar-investigar-responder fue algo así:
¿De dónde salió la relación entre los jeans
sin bolsillos y las mujeres que giraban alrededor de los hombres vinculados al
negocio del narcotráfico? La respuesta era la narcoestética: una estética del
exceso, la opulencia y la constante demostración del poder adquisitivo mediante
todos los medios necesarios de este grupo de la sociedad colombiana que tanto
poder tuvo a partir de los años 80. Desde mansiones construidas en los mármoles
más finos, los carros importados más costosos, la ropa de marca más cara y los
cuerpos de las mujeres más esculturales. La narcoestética permeaba todo eso que
tocaban, compraban y mostraban.
¿Cómo entender la popularidad tan enorme de ese tipo de jeans en el mainstream? Analizando su constante presencia en medios de todo tipo (libros de no ficción, novelas y telenovelas), sus cualidades estéticas que resultaron del agrado del público y la obsesión nacional por todo lo que tuviera que ver con lo narco como un mundo igualmente asombroso y aterrador, pero cada vez más cercano a la cotidianidad de millones de colombianos. Y, sobre todo, examinando procesos de comodificación (mercantilización) de los objetos simbólicos de las subculturas. ¿En otras palabras? El mundo de los narcos funcionaba como una subcultura: con sus propios códigos, leyes, maneras de vivir, interactuar y por supuesto, de vestir. La cultura dominante históricamente toma de esas subculturas lo que quiere, lo que le place y lo que puede re-empacar y vender eliminando el contexto y significado original de esos elementos. En este caso, en Colombia, esos elementos fueron unos jeans (y toda una estética).
¿Por qué el constante rechazo de un grupo de conocedores de moda? Precisamente por venir de una subcultura, pues estas en su esencia van en contra de ciertas reglas y formas de vida esenciales de la cultura dominante (o “clase alta”). Todo lo que vaya en contra de los códigos tradicionales del “buen gusto” ejercido y perpetuado por esa cultura dominante va a ser rechazado por aquellos en el poder. Entonces no es una cuestión de “es que esos jeans hacen apología a lo narco”; es que “esos jeans van en contra de los códigos del buen gusto que nosotros decretamos”.
¿Cómo es que se vuelven un producto de exportación por excelencia? ¡Es que nos volvimos muy buenos haciéndolos! Además de toda la dedicación que llevan en cuestiones meramente visuales (como los apliques, taches, desgastes, brillos y demás), la industria textil colombiana perfeccionó su construcción como exaltadores de la figura femenina: aplanan vientre, estilizan piernas y levantan cola. ¿Qué más se le puede pedir a un par de jeans?
Gracias a todo este proceso de mirar con otros ojos los fenómenos y discursos que en mi adolescencia percibí como “normales” y “evidentes” alrededor de esta prenda (y que hoy todavía persisten), pude darme cuenta de que el centro del debate de los jeans sinbol efectivamente no es un tema de apología a lo narco (que sería un argumento válido, por supuesto, si fuera cierto), sino que en realidad responde a la manera en que se oponen a ideas establecidas de “buen gusto” perpetuadas por los grupos más poderosos de la sociedad. Y eso lo hace, en esencia, un tema de clase. Son unos jeans demonizados por la clase alta realmente por sus cualidades estéticas que desafían de frente su “elegancia tradicional y clásica”, pero esto por supuesto no se admite abiertamente porque es más fácil y aceptable echarle la culpa al universo de los narcos con la que esta estética está conectada.
La primera y cuarta pregunta planteada sobre este tema pueden ser respondidas desde otras ramas del saber: los estudios de medios y la economía, tal vez. Pero siempre sentí que las dos preguntas de la mitad son el tipo de cosas para las que los estudios de moda están hechos. Cómo la moda refleja momentos específicos de nuestra historia, cómo se relaciona con fenómenos sociales, políticos y económicos de nuestros pueblos, cómo nos habla de nuestras creencias más arraigadas, de nuestros propios prejuicios y de la manera en que vemos el mundo.
Este mismo relato, pero con muchas más palabras, citas, notas al pie, normas académicas y en inglés, fue mi tesis (parece poco pero les juro que fue mucho, muchísimo trabajo). Y como no muchos están dispuestos a leerse las casi 90 páginas que salieron (y quién los puede culpar...), espero que este post sirva para recordarnos que hay muchas historias por contar en cuanto a moda colombiana y latinoamericana; que los fenómenos de moda en nuestras propias tierras pueden ser tan asombrosos como en cualquier otra parte del mundo “occidental”; y que si nosotros mismos no investigamos y contamos nuestros propios ires y venires con el vestir, no podemos pretender que otros lo hagan y que lo hagan bien. Y finalmente, espero que esto nos recuerde que esta ropa en la que vivimos nuestra existencia todos los días dice mucho más de lo que creemos sobre cómo construimos nuestra identidad como individuos y como país.